Código del buen gobierno empresarial

    Los códigos de buen gobierno corporativo son instrumentos que emplean las grandes empresas, en general aquellas que cotizan en bolsa, para mostrar al público su conducta respecto a la adopción voluntaria de una serie de principios éticos. En estos códigos aparecen aclaraciones sobre el comportamiento de las empresas en materia de transparencia informativa, composición y funcionamiento de los órganos de dirección, y relaciones con los distintos grupos de interés. Estos códigos muestran el compromiso de los máximos órganos de gobierno de la empresa en la implantación de estrategias de acción respetuosas con los principios del desarrollo sostenible.

    El gobierno corporativo nace al calor de la teoria según la cual las sociedades se configuran en trono a un entramado de relaciones entre los propietarios y los directivos de las empresas. Un buen gobierno seria aquel capaz de canalizar adecuadamente dichas relaciones en todo lo tocante a la direccion, organización y control de la empresa con el unico fin de alcanzar unos objetivos previamente fijados.

    La empresa es una institución económica que facilita la colaboración de trabajadores, directivos e inversores financieros para producir bienes y servicios que se venden al mercado. Esta interacción no exime de que se produzcan situaciones de conflicto de intereses que se deben superar para aprovechar las oportunidades de crear riqueza que están implícitas en la colaboración. El gobierno de las empresas incluye los mecanismos que permiten superar esos conflictos, especialmente los que se producen entre los accionistas propietarios de las empresas y los equipos de dirección que las gestionan regularmente.

    De un modo u otro, la ética ha estado siempre ligada a la economía, a la empresa, y, en general, a los negocios. No obstante, ha sido en las últimas décadas cuando la ética ha adquirido un papel protagonista en el desempeño empresarial, llegando, en muchos casos, a convertirse en un pilar estratégico de carácter transversal a raíz de la importancia que ha adquirido la imagen y la
    reputación de las empresas.

    El proceso de globalización en el que estamos irremediablemente inmersos, los recientes escándalos financieros, el cambio en el paradigma tecnológico-productivo, y las propias exigencias de la sociedad, en particular las de los consumidores, han propiciado que las organizaciones empresariales, especialmente las grandes corporaciones y las empresas transnacionales, hayan iniciado una reflexión de carácter ético con mayor o menor profundidad en su seno, llegando a tener en consideración al conjunto de personas y colectivos (stakeholders) con los que interactúan, además de los propios socios o accionistas.

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    La gestión del riesgo, inherente a la empresa, toma cuerpo y precisa de una función específica en las recomendaciones del código. El desarrollo de las políticas de responsabilidad social corporativa como un elemento que conecta a las empresas con la sociedad a la que sirven o las recomendaciones dirigidas a los esquemas de remuneración de los consejeros y alta dirección servirán de palanca a muchas organizaciones para definir mejor su papel en la sociedad, estar mejor preparadas y ser más competitivas en un entorno cambiante, complejo e interconectado por el avance de la tecnología.

    Desde hace algunos años la preocupación por el buen gobierno de las empresas mercantiles ha venido ocupando a todos los que, de una forma u otra, están relacionadas con ellas. Tras observar que han sido algunos excesos cometidos por gestores y grupos de control los que, al desembocar en casos de crisis financieras, han puesto más agudamente de manifiesto –en los propios mercados, en la opinión pública y en las instancias políticas- la necesidad de evitar o corregir los males padecidos, en muchas empresas.

    No es necesario llegar a consecuencias extremas para percibir que el verdadero mal está en las causas, y que éstas radican en el desequilibrio que se produce cuando las sociedades concentran excesivamente el poder de dirección en instancias de gobierno en las que no encuentran la debida representación los intereses de los diversos grupos dentro de una empresa, y en la falta de transparencia y de fluidez en la información, cuando no en la ocultación o en el falseamiento de ésta.

    Las sociedades siempre se han gestionado bien o mal, manifestándose en su éxito o fracaso. El buen gobierno ha sido un factor positivo en la vida de muchas empresas. Este concepto se refiere sobre todo a sociedades cotizadas en los mercados financieros, con muchos miles de accionistas u obligacionistas. Las facilidades de los movimientos de capital han impulsado extraordinariamente la contratación transfronteriza y la posesión de acciones extranjeras por inversores individuales y sobre todo por instituciones de inversión colectiva, fondos de inversión y fondos de pensiones.

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    En este clima los profesionales de los fondos han deseado saber de qué calidad era la gestión de las empresas menos conocidas por ellos, y para lograrlo era de gran utilidad conocer algunas características de esa gestión, que acabaron siendo estandarizadas en forma de códigos de recomendaciones que sirvieran para el análisis y como guía de lo que debían hacer y publicar las empresas interesadas.

    Cada vez es mayor el consenso de que la sostenibilidad de la empresa a largo plazo no depende tanto de la apertura de nuevos mercados o de la capacidad de innovar en productos y servicios como de la existencia de un sistema de gobierno eficaz que ayude a abordar los retos del futuro y a gestionar los riesgos adecuadamente.

    Seleccionar las mejores y peores prácticas de buen gobierno de los consejos de administración ayudará a identificar los errores y aciertos de los órganos de gobierno y a señalar la dirección correcta.

    El paradigma de la empresa responsable y sostenible que se ha presentado supone un reto considerable que, como casi siempre suele ocurrir, implica grandes oportunidades. Afrontar este reto supone cambios. Mientras que en algunos los retos despiertan lo mejor de sí mismos, en otros la incertidumbre y el miedo al cambio provocan actitudes de resistencia o ciega ignorancia. Todos sabemos que los cambios dan respeto. Pero mientras el respeto puede ser positivo, paralizarnos de miedo y no cambiar puede ser la mejor forma de condenarnos. Efectivamente, muchas de las actividades actuales han de cambiar. Otras, incluso, han de desaparecer: como dijo Franz Grillparzer, “la cuna del futuro es la tumba del pasado”.

    En muchas ocasiones los empresarios se quejan de la falta de recursos de financiación y de socios para adelantar los planes de expansión de sus empresas. Lo cierto es que aun en situaciones de alta liquidez en el mercado y en presencia de proyectos e iniciativas aparentemente muy atractivos, muchos empresarios no acceden a recursos frescos. Esto se debe a que la forma en que sus empresas son manejadas, dirigidas y administradas (gobernadas) no genera suficiente confianza a los posibles y futuros inversores.

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    Este concepto de buen gobierno empresarial implica superar el concepto restringido de responsabilidad social corporativa como un elemento de comunicación o de relaciones públicas, y situarlo allí donde ejerce su máxima función, plenamente integrado con el modelo de gobernanza corporativa.

    Es cierto que el cambio es lento. Pero la concienciación ha llegado. Las empresas que se quieran diferenciar deberán hacerlo por esta vías, es un tema que se comenta habitualmente en los foros que tratan sobre estos temas. No solo porque una gran empresa bien sea estatal o no o una pyme que se rija por criterios de buen gobierno será analizada como una empresa con amplitud de miras. Si no También, porque la aplicación de buenas prácticas empresariales está directamente ligada con la obtención de mayores beneficios.

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